Pero no acudo aquí hoy para divagar acerca de nuestras notables carencias. Podría decir que todo lo contario. Ayer acaeció en mi vida algo maravilloso, un chispazo tan brutal que todavía ahora dibuja una sonrisa de bobo en mi semblante. Como cada día, me desperté al lado de la persona que amo, algo que jamás había considerado que fuera posible, pero que con el paso de los días corre el riesgo de que lo abrace como normal. La contemplé como suelo hacerlo, acunado por los brazos del dios Amor, y como respuesta recibí una sonrisa, una sincera y de belleza indómita, sonrisa. Eso es lo que ocurrió.
Nada más. ¿Qué? ¿Decepcionados? No sé qué esperabais que os contara, de hecho me cuesta mucho imaginar una situación más sublime que aquella. Solo una emoción del poder del amor es capaz de, con un gesto en apariencia leve, mundanal, arrancarte de este cenagal que tenemos como mundo, y llevarte a un cielo donde deslumbran los arcoíris y campan libres los unicornios. Son estos eterfímeros (eterno-efímero) momentos los que te demuestran que el ser humano sin amor no es más que un pelele despreciable, predecible, y lamentable. Pero ojo, no quiero decir que todo aquel que no sea amado merezca ser ejecutado, entiendo como amor en el ser humano, la disposición a amar y a demostrar ese amor. No siempre nos sentimos amados, pero mientras en nuestro interior haya cabida para el amor, en todas sus vertientes, podremos romper el monótono ritmo de una sociedad que parece obcecada en minimizarnos como seres emocionales.
Y comparto con vosotros todo esto porque yo tengo la fortuna de amar y sentirme amado. Y porque por primera vez en mi vacua realidad, mi existencia ha cobrado valor, sentido. Proteger, cuidar, amar a esa persona, y recibir esa sonrisa, sí, esa sonrisa. No hay nada comparable. No lo hay.
Buena cacería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario